Comentario
En efecto, aparte de ocuparse en otras realizaciones paralelas, la ejecución de los frescos Barberini tuvo que interrumpirla, en 1637, al acompañar al cardenal Sacchetti a Florencia, donde -a petición del gran duque Ferdinando II de Medici- decoraría, en una síntesis, a la vez plástica (encuadres de estuco en blanco y oro) y pictórica (cielos en el centro al fresco), la sala della Stufa en el palacio Pitti, con las Cuatro edades del hombre, según un programa preparado por M. A. Buonarroti el Joven, y que completaría en un segundo viaje (1640), tras una visita a Venecia, breve pero muy fructífera y un rápido retomo a Roma para ultimar la bóveda Barberini. Vuelto por tercera vez a Florencia, afrontaría en el mismo palacio Pitti la decoración en los aposentos ducales de las salas de los Planetas: Venus, Júpiter y Marte (1641-47), siguiendo un complejo plan mitológico-astrológico inspirado por el escritor Francesco Rondinelli, que proponía, para exaltar a la dinastía Medici y glorificar la virtud de Cosimo I como fundador del Gran Ducado de Toscana, ¿cuáles deben ser, bajo el signo de los planetas, las virtudes necesarias a un príncipe, desde la adolescencia a la vejez? Dejada sin acabar la sala de Apolo y sin empezar la de Satumo, las ultimaría su discípulo Ciro Ferri.A su regreso definitivo a Roma, su estilo había cambiado de modo sensible: aclara los tonos, contiene su bulliciosa emotividad y, sin renunciar ni al fasto ni a los grandes espacios ilimitados, controla su exaltada escenografía. Así aparece en las Historias de Eneas (1651-54) pintadas, según su propia invención, sin ataduras programáticas previas, para el papa Inocencio X en el palacio Doria- Pamphili en la plaza Navona, frescos que parece recordar Luca Giordano en su obra florentina en el palacio Medici-Riccardi.Su actividad como pintor de grandes frescos concluye con los de la Chiesa Nuova, que tanta influencia tendrán en los espectaculares e increíbles engaños de Baciccia y Pozzo, al separar con claridad la zona decorativa de la propiamente pictórica, abriendo en las bóvedas o en los cielos rasos una gran ventana al infinito. Su primer trabajo se remonta al techo de la sacristía (1633-34), al que siguieron la pintura de la Gloria de la Santísima Trinidad y de los símbolos de la Pasión en la cúpula (1647-51), versión moderna de los rompimientos gloriosos de Lanfranco; los Evangelistas de las pechinas y la Asunción de la Virgen del ábside (1655-59); y en fin, su obra de mayor empeño sacro, la Aparición de la Virgen a San Felipe Neri durante la construcción de la iglesia en la bóveda de la nave (1664-65), que anuncia a G. B. Tiepolo.